TRASCENDENCIA HISTÓRICA DEL PAPADO DE FRANCISCO I
Por Manuel Zevallos Vera
Cuando se produjo la renuncia del
Papa Benedicto XVI, la autoridad eclesiástica convocó al cónclave de cardenales
para elegir un nuevo Pontífice, la noticia provocó una expectativa mundial por
tratarse de un hecho que no sólo tiene repercusiones espirituales sino también
políticas.
La expectativa quedó absorta
cuando el cónclave cardenalicio eligió como sucesor de Benedicto XVI al
Cardenal Jorge Mario Bergoglio, de nacionalidad argentina que inmediatamente de
ser elegido, por decisión personal, tomó el nombre de Francisco I. América del
Sur celebró la noticia con alborozo y orgullo; los argentinos lo celebraron con
felicidad y orgullo propio, pero en el fondo esta insólita designación,
acostumbrados siempre a Papas de nacionalidad italiana o europea, ahora se
trataba de un digno representante de América Latina, lo que significa,
históricamente entendido, que el mundo, política, social y espiritualmente, ha
girado en su órbita hacia un continente eminentemente democrático como síntesis
de todas las sangres, razas, ideologías, credos y filosofías.
América Latina, como he dicho en
mi libro “La Identidad Filosófica de América Latina”, “es la síntesis de la
cultura universal”. Latinoamérica es un exponente maravilloso de los cambios
cuantitativos, cualitativos, teóricos y pragmáticos de nuestro universo humano
y se define ante el mundo como un continente con propia filosofía como trasunto
del pensamiento, sentimiento, valores y personalidad del hombre
latinoamericano, expresada a través de la palabra libérrima y sabia de sus
maestros, políticos, sociólogos, economistas, teólogos y filósofos, tal como lo
predijo el filósofo mexicano José de Vasconcelos con su frase: “Por mi raza
hablará el espíritu”.
Latinoamérica como crisol del
pensar, meditar, crear y recrear las ideas y los sistemas filosóficos
occidentales y orientales, incluido el marxismo, sin renunciar a nuestra
tradición cultural ancestral indígena, robustecida por nuestro mestizaje, al
margen de los extremismos dogmáticos y de los fanatismos, está plasmando un
sistema filosófico propio como producto de la conciliación de los opuestos. El
latinoamericano debe ser “un hombre del mundo” de un mundo globalizado en el
que se una la teoría y la práctica, aplicando en su conducta social el
principio de subsidiaridad; un mestizaje intelectual, mental, liberador,
desalienante sin prejuicios ni complejos de inferioridad o superioridad; es
decir una filosofía pragmático-realista.
En América Latina no se justifica
la existencia de filósofos nacionales como en Europa y Asia, porque todo nos
une, nada nos separa a no ser el egoísmo, la ambición de poder de algunas de
sus partes o las aventuras personales de líderes pasajeros.
Francisco I es un Papa que, desde
sus primeras horas de reinado espiritual cuando oficiaba su primera misa ante
miles de fieles y delegaciones oficiales de ciento treinta países, en su
homilía insistió en que la misión de la iglesia es defender a los pobres y
desamparados. Según la información periodística “La Basílica de San Pedro
careció del esplendor barroco que caracterizó a la misa de entronización de
Benedicto XVI; defendió el medio ambiente para proteger a las personas,
especialmente los niños, ancianos y necesitados. Terminada la misa el Papa
recorrió la Plaza de San Pedro en un jeep blanco abierto, en lugar del “papa
móvil” a prueba de balas que solía usar Benedicto XVI; saludó a algunas de las
miles de personas, besó niños y bendijo a una persona discapacitada. Se mostró con
una personalidad simple, humilde, humana, contraria a los papas intocables del
pasado como lo reconoció un sencillo trabajador argentino: “Usó una sotana
blanca y zapatos negros en contraste con los lujosos atuendos de su antecesor”.
Según versión de una dama
argentina en su adolescencia Jorge Mario Bergoglio le escribió una carta
proponiéndole matrimonio pues de lo contrario se retiraría a un convento como
sacerdote, ante la negativa de dicha dama cumplió su decisión. Nuestro nuevo
Papa pertenece a la orden de los jesuitas, que es una congregación de ilustres
sacerdotes intelectuales de principios diferentes a la orden de “Opus Dei” a la
que pertenecieron Benedicto XVI y Juan Pablo II.
Todo indica que nos hallamos ante
un Papa eminentemente humano, amante de los pobres y la humildad, enemigo de
las pompas, los lujos y el exhibicionismo de riqueza material, que es el
mensaje y la conducta que dejó Cristo. Francisco es un cristiano auténtico y un
Pontífice para toda la humanidad, especialmente para los pobres.
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