FORTALEZCAMOS EL ALMA NACIONAL
Manuel Zevallos Vera
Los partidos políticos y sus
ideologías que ocupan un lugar en el ámbito integral de la peruanidad no sólo
tienen obligaciones de educar a sus militantes en su doctrina y consignas, sino
el deber cívico y ético de contribuir a la plasmación de una identidad
nacional, de una conciencia nacional, que son sentimientos que trascienden a
las filosofías e ideologías partidarias.
Este patriótico deber con mayor
razón tienen que cumplirlo los educadores peruanos de todos los niveles para
que se haga carne y sustancia en el espíritu y la mente de niños, jóvenes y
adultos y en general de todo ciudadano peruano.
¿Qué significa tener alma y
conciencia nacional?
Significa poseer un alto grado de
responsabilidad ética, moral, humana como común denominador.
Tener alma nacional es mirar los
problemas peruanos y sus soluciones no a través de los intereses partidarios,
sino visualizando y sintiendo el interés nacional, para evitar que el barco se
hunda con moros y cristianos, con capitalistas y proletarios, con comunistas y
anticomunistas. Tener conciencia nacional es garantizar y estabilizar un
proceso educativo que forme hombres optimistas y constructivos, generosos,
trabajadores, productivos, respetuosos de los derechos humanos.
Tener conciencia nacional es
defender a cabalidad la salud, el trabajo dignificador, el derecho general a
perfeccionarse, respetando las opiniones e ideas ajenas y apoyarlas cuando son
positivas.
El problema educativo es básico
en la formación de una conciencia nacional y no se reduce sectariamente, como
lo entienden los líderes de los clásicos partidos políticos, a informar a sus
comunidades los postulados doctrinarios de su agrupación, de una religión o de
una ideología, sino a que, manteniendo las diferencias, divergencias y
discrepancias en el momento del debate de la problemática nacional, se concluya
sopesando con frialdad y realismo las soluciones propuestas y se definan
decisiones con pragmatismo a favor del interés general.
Es cierto que la realidad actual
nos ofrece una situación muy compleja por enconos, diferencias de objetivos
coyunturales, inercias que hacen difícil superar distanciamientos, juicios y
prejuicios históricos; pero la labor y la tarea que corresponde a la
inteligencia peruana de intelectuales, profesionales, maestros, sacerdotes,
políticos, técnicos, trabajadores, hombres y mujeres es imprimir una conciencia
social que priorice el bien común sobre el egoísmo individual; el bien nacional
sobre el interés sectario de un partido; la moral y la ética sobre la
corrupción y la falsedad.
Tener conciencia nacional no es
pretender borrar de la escena nacional a todos los partidos políticos y
doctrinas para que sólo quede uno que imprima su ideología, como lo pretenden
los dictadores; tampoco lo es que cada ciudadano por fanatismo se oponga a
buscar concordancias y acuerdos saludables para todos.
Tener conciencia nacional es ser
auténtico y no falso ni egoísta; es ejercer una profesión, un trabajo, una
actividad social con responsabilidad, con honradez.
Los narcotraficantes, los
contrabandistas, los fanáticos, los violentistas, los terroristas, los
mentirosos de profesión, los explotadores del hambre y la miseria y los
insensibles a la pobreza material de los pueblos, carecen de conciencia
nacional. Dejar obras inconclusas por negligencia, imprevisiones y malos
hábitos; llegar tarde a nuestros compromisos; pedir aplazamiento en el
cumplimiento de nuestras obligaciones por falta de esfuerzo responsable
personal o grupal; dejar las cosas para mañana pudiendo y debiéndolas haber
hecho hoy, son signos de nuestra falta de conciencia y personalidad, lo que nos
retarda para definir nuestra identidad nacional, lo que aún se ahonda con la
existencia de etnias degradadas y sometidas a formas existenciales que les son
ajenas a su idiosincrasia y tradiciones que con mucho esfuerzo tratan de
conservar, como ocurre con las comunidades nativas, quechuas, aimaras,
selváticas y las importadas como la africana de cuyo complejo resultado
sublimado está naciendo una peruanidad que tiene un poco o mucho de sus
componentes nativos y foráneos, lo que da lugar a un mestizaje que se traduce
en una unidad nacional integrada por todas sus partes con derechos propios y
peculiares diferencias, tal como se comporta la naturaleza del paisaje peruano
de costa, sierra y selva en el que conviven el maíz nativo con el trigo
importado; el algarrobo con el olivo; la lechuga con la papa; la llama con el
caballo; Wiracocha y Pachacamac con Cristo; católicos con mormones y evangélicos;
el poncho con el abrigo.
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