LA MADRE ANTONIA KAYSER
(Nueva York, 1924 – Arequipa, 2010)
Ensayo biográfico
Por
María Angélica Matarazzo de Benavides (Lima, abril 2012)
Ensayo biográfico
Por
María Angélica Matarazzo de Benavides (Lima, abril 2012)
AGRADECIMIENTOS
Ante todo agradezco a la madre Antonia Kayser de la congregación americana Maryknoll (MM), por su generosa hospitalidad a través de los años que me permitió conocerla y observar su trabajo y dedicación. Agradezco a la madre Joan Toohig, MM, quien con gran paciencia leyó y comentó este ensayo, corrigiendo errores, aportando datos y dando útiles sugerencias. Agradezco a Sister Janice McLaughlin, MM, Superiora de la Congregación Maryknoll Sisters of St. Dominic, quien en noviembre de 2010 expresó interés en mi proyecto de escribir el presente ensayo.
Agradezco a Alma Cirugeda, Sara Leiva, Margarita Benavides y Gabriela
Lizier quienes colaboraron en la corrección de texto; a todas las personas que
me animaron a completar la tarea iniciada; y a Delia Flórez que, como siempre,
me ayudó en todas las etapas del trabajo. Steve Wernke gentilmente prestó sus
fotos para la carátula y para esta página.
Desde siempre pensé que debería contar lo que sabía de la madre Antonia;
soy consciente que la imagen que proyecto de ella no es sino un pálido reflejo
de todo lo que ella fue. Asumo la responsabilidad por cualquier error en mi
interpretación de los acontecimientos y de las conversaciones que relato.
María Angélica
Matarazzo de Benavides
Lima, abril 2012
Lima, abril 2012
LA MADRE ANTONIA KAYSER
INTRODUCCIÓN
Conocí a la madre Antonia Kayser en julio de 1980, cuando por primera vez viajé al valle del río Colca, en la provincia de Caylloma, una de las “provincias altas” del departamento de Arequipa, Perú. Este valle, ubicado encima de los tres mil metros sobre el nivel del mar, es actualmente una zona de turismo, y son famosas las iglesias coloniales en cada uno de los catorce pueblos fundados por los españoles en el siglo XVI. Pero en 1980, recién se comenzaba a conocer el valle del Colca, sus pueblos y sus andenes prehispánicos donde se siembra maíz y papas mediante un complejo sistema de irrigación.
Conocí a la madre Antonia Kayser en julio de 1980, cuando por primera vez viajé al valle del río Colca, en la provincia de Caylloma, una de las “provincias altas” del departamento de Arequipa, Perú. Este valle, ubicado encima de los tres mil metros sobre el nivel del mar, es actualmente una zona de turismo, y son famosas las iglesias coloniales en cada uno de los catorce pueblos fundados por los españoles en el siglo XVI. Pero en 1980, recién se comenzaba a conocer el valle del Colca, sus pueblos y sus andenes prehispánicos donde se siembra maíz y papas mediante un complejo sistema de irrigación.
Me hice amiga de la madre Antonia, que había sido encargada de la iglesia de Yanque, el pueblo que había sido capital de provincia en la época colonial. Ella vivía en la casa cural (casa parroquial) pegada a la iglesia, pues ya no había sacerdote en Yanque. Durante 17 años, es decir hasta julio de 1997, ella generosamente me hospedó por temporadas cortas varias veces al año.
A partir de 1997, durante varios años hemos correspondido con cierta frecuencia, hasta que ella se accidentó por una caída en que se rompió el codo y perdió el uso de su mano derecha. Durante los últimos años de su vida nos hemos comunicado telefónicamente dos o tres veces por año; yo la visité una vez en Arequipa, y dos veces en Lima, cuando vino por tratamientos médicos.
Yo puedo comentar con relativa seguridad sobre la vida de la madre
Antonia en Yanque entre 1980 y 1997. Sin embargo, sé muy poco de su vida antes
de 1980 y después de 1997; motivo por el cual ésta no es, en realidad, una
biografía: es sencillamente una apreciación de la personalidad de Antonia
durante los años que la frecuenté.
Así como todos los que la conocimos, yo admiré la energía, dedicación y
tenacidad de Antonia para ayudar y atender a los campesinos de Yanque; su
constante preocupación por cuidar la iglesia y todas sus pertenencias; su
capacidad por soportar los sufrimientos sin nunca quejarse y su fino sentido de
humor.
Muchas personas que llegaron al Colca como turistas y que conocieron a la madre Antonia se interesaron por colaborar con la obra de ella. Como bien observó recientemente uno de los amigos, Robert Imre: “Antonia tenía amigos en todo el mundo, tenía una intensa correspondencia con personas en muchos países, recibía colaboración de todas partes y aportes para su labor que consistía específicamente en ayudar a las personas más pobres de Yanque”.
Este libro lleva un mapa del valle del Colca; un plano de la iglesia de Yanque y la casa parroquial, dos fotos de la fachada de la iglesia y varias páginas de fotos en blanco y negro que yo tomé en Yanque en las décadas del ’80 y del ’90.
LA MADRE ANTONIA KAYSER (1924-2010)
Mi primer encuentro con la madre Antonia Kayser
Estando en el valle del río Colca en julio de 1980, quise conocer al padre americano Paul Hagan, que el arzobispo de Arequipa había nombrado vicario episcopal para la
provincia de Caylloma. El padre Pablo (como se le conocía en el Perú) había trasladado la sede del vicariato al pueblo de Yanque desde Chivay, capital de provincia. Yo estaba
alojada con mi hija Livia en el hostal “Achoma Staff” de la empresa MACON* (Consorcio Majes), cerca de Yanque; y cuando manifesté el deseo de visitar al padre Pablo me dijeron que él había fallecido recientemente. El Arzobispo de Arequipa había nombrado Encargada de la iglesia de Yanque a la madre Antonia Kayser, religiosa de la congregación americana Maryknoll* y miembro del equipo pastoral fundado por el padre Pablo. Juntamente con otras personas, fuimos una noche a visitarla.
Desde que se había enterado del fallecimiento del padre Pablo, creo que
la madre Antonia estaba terriblemente deprimida. Entramos al cuarto del antiguo
convento franciscano pegado al templo de Yanque, que funcionaba como comedor,
cocina, dormitorio (una cama detrás de una cortina) y almacén de herramientas y
alimentos (detrás de una divisoria). Ya era de noche, y la iluminación
consistía en dos velas prendidas que apenas alumbraban lo suficiente para
distinguir a la madre y a dos o tres hombres del pueblo con sus ponchos,
sentados en las mantas que cubrían la tiana en forma de “L” alrededor de la
mesa. El amigo que nos había llevado en su camioneta, un inglés empleado por
MACON, nos presentó y nosotros nos sentamos en los banquitos a tomar un mate de
las yerbas que se cultivaban en la huerta del convento.
Pregunté a la madre si permitiría que mi hija, su amigo y yo nos
alojáramos en el convento por unos días en agosto; porque teníamos programadas
varias excursiones en los días siguientes. La madre dio su autorización y, en
efecto nos alojó en el gran cuarto contiguo al suyo, subdividido por cortinas,
que funcionaba como depósito y como alojamiento con catres de fierro y
colchones. Durante los pocos días de nuestra estadía, saqué algunas fotos de la
madre cuando atendía a los campesinos que la visitaban.
A partir de ese momento, yo visité a la madre Antonia y me alojé en la
“casa cural”* de Yanque por varias semanas prácticamente todos los años entre
1980 y julio de 1997, fecha de mi última visita a Yanque. En varias
oportunidades la madre me contó de su niñez, de su juventud, de su ingreso a la
congregación Maryknoll, de su trabajo con niños muy pobres en Nicaragua, de los
años en que estuvo enseñando en una escuela en Lince (Lima), de los años
pasados en el centro Maryknoll en Juli (Puno) y de su llegada al valle del
Colca para integrarse al equipo pastoral organizado por el padre Pablo.
A seguir, anoto lo que la madre Antonia me contó de su pasado.
Niñez y juventud
Niñez y juventud
Antonia nació en el barrio del Bronx, Nueva York, USA, el 17 de julio, 1924; su nombre era Dorothy Kayser. Tanto su padre como su madre eran de ascendencia alemana, pero nacidos en Estados Unidos. Ella era la menor de tres niños, tenía una hermana y un hermano; su padre murió cuando ella tenía diez meses. En la década de 1930, hubo la tremenda crisis económica en Estados Unidos; en invierno, Antonia hacía la cola para recibir los alimentos que se distribuían a las familias indigentes.
Antonia no amaba el colegio ni el estudio; sin embargo obtuvo una beca
en el Cathedral High School en la ciudad de Nueva York, donde terminó con éxito
sus estudios. Luego consiguió trabajo en una tienda Woolworth, que vendía una
gran variedad de productos a precios muy bajos. Ella veía las cuentas y
observaba que los artículos se vendían en la tienda a un valor tres o cuatro veces
superior a su costo. Decidió que el sistema capitalista era intrínsecamente
malo y que no quería estar involucrada en él. De ahí nació su idea de ingresar
a la congregación de las hermanas Maryknoll, conocida por su orientación
progresista. Ingresó en el año 1946, con el nombre de Sister George Anthony.
Una de sus compañeras que la conoció desde la juventud se admiraba de que
Antonia, que tenía un espíritu independiente, se adecuara a llevar el hábito de
la congregación y me lo comentaba en espíritu jocoso.
Evidentemente, la familia de Antonia era muy creyente: su hermana
también fue religiosa y llegó a ser superiora de un convento de clausura en
Nueva York. El hermano de Antonia nunca se casó, pero tampoco quiso integrarse
al sistema capitalista para no pagar impuestos en una época en que gran parte
del erario nacional era destinado a fines militares. Trabajaba como vendedor
ambulante: tenía una camioneta en la cual transportaba una variedad de
artículos de consumo ordinario, que vendía en las ferias en Florida, USA. Ambos
hermanos visitaron a Antonia en 1982 y estuvieron con ella en Yanque y en
Arequipa.
Antonia deseaba ir a las misiones en América Latina. Uno de sus trabajos
fue con niños en Nicaragua. Se trataba de los hijos de trabajadores en las minas
de oro de Siuna, donde había mucha miseria. Luego pasó al Perú donde estuvo de
profesora en una escuela de su congregación en Lince (Lima) durante seis años.
Este fue probablemente el periodo en el cual estuvo menos a gusto: no le
gustaba estar en un colegio, no le gustaba el clima ni la ciudad.
Luego Antonia pasó al centro Maryknoll en Juli (Puno), donde había
padres y monjas de las congregaciones afines. En ese periodo aprendió algo de
las costumbres y creencias indígenas: las personas tienen varias almas; cuando
se duerme, una de las almas puede pasearse por los descampados de la puna y
aparecerse como un bulto a los viajantes, causándoles la muerte. En la puna
también se escucha la campana de un fraile franciscano limosnero y vagan las
almas de los que han muerto habiendo cometido el pecado del incesto. En Juli
aprendió a hablar aymara.
En 1971, Antonia pasó a trabajar con el padre Pablo Hagan que era
Vicario Episcopal en Chivay, capital de la provincia de Caylloma, en el
departamento de Arequipa. El grupo pastoral era numeroso y, como es natural,
cada miembro tenía diferentes talentos y experiencia. El padre Pablo quiso que
se repartieran entre los pueblos de su parroquia que abarcaba la mayor parte
del valle del Colca; a la madre Antonia se le destinó el trabajo pastoral en
Ichupampa, distante aproximadamente dos horas a pie de Yanque. Antonia estuvo
contenta trabajando en ese pueblo.
Por conflictos con los miembros de la elite pueblerina (los mistis) en
Chivay, el padre Pablo transfirió la sede de la vicaría a Yanque. En Yanque
había dos misioneros evangélicos, un hombre y una mujer, que eran hermanos
entre si y que practicaban medicina. El padre Pablo y Antonia tenían buenas
relaciones con ellos, y mantuvieron
amistad con sus discípulos yanqueños que eventualmente los sustituyeron.
En 1979, el padre Pablo viajó a Estados Unidos para visitar a su padre que estaba enfermo. Durante este tiempo sufrió un infarto y falleció repentinamente.
Encargada de la iglesia de Yanque desde 1980
amistad con sus discípulos yanqueños que eventualmente los sustituyeron.
En 1979, el padre Pablo viajó a Estados Unidos para visitar a su padre que estaba enfermo. Durante este tiempo sufrió un infarto y falleció repentinamente.
Encargada de la iglesia de Yanque desde 1980
Cuando falleció el padre Pablo, el arzobispo de Arequipa encargó a la madre Antonia el cuidado de la iglesia de Yanque. Como es costumbre en la provincia, la llave de la iglesia la tenía el sacristán, en esa época Fructuoso. El presidente de la Junta de Fábrica, asociación parroquial responsable por el inventario de la iglesia, era el gobernador, Gerardo Huaracha. La madre Antonia tenía la llave de la puerta que daba acceso al campanario, y la prestaba toda vez que el sacristán necesitara repicar las campanas para anunciar la visita del padre Florencio Corazzola, párroco de Chivay, y la celebración de la santa misa; o cuando un deudo debía doblar las campanas para anunciar el fallecimiento de un feligrés.
Tanto la congregación Maryknoll como la de las Hermanas Misioneras
Médicas (HMM)* que habían trabajado con el padre Pablo se preocupaban por
conseguir hermanas que compartieran las labores de la madre Antonia. A través
de los años, conocí a algunas de ellas. La madre Rosemary Sampon, HMM, vivió
muchos años en Yanque, era paramédica. Tenía mucha energía, andaba por las
carreteras entregando en los hogares el Boletín Llacta Rykchari de la parroquia
de Yanque, que Antonia publicaba mediante un mimeógrafo viejo que daba mucho
trabajo. A un cierto momento, el arzobispo de Arequipa pidió que se
descontinuara esa publicación que, además de contener poesías, artículos
pastorales e información sanitaria, quería concientizar a las personas para que
tuvieran más responsabilidad comunitaria. Posiblemente se había enterado de que
corrían rumores en los alrededores de que las madres eran terroristas…
La madre Rosemary se fue a Estados Unidos para seguir un curso de
medicina y cuando regresó se quedó un tiempo corto en Yanque y luego pasó a
Arequipa.
Durante algunos meses, una hermana Misionera Médica italiana joven,
Magda, acompañó a Antonia, luego se fue a trabajar a Nicaragua. La madre Joan
Muriel, (Mariella), Maryknoll, nacida en 1921, llegó a Yanque el 31 de
diciembre de 1980. Se preocupaba mayormente del trabajo pastoral y sentía que
no era suficiente lo que ella y Antonia hacían: pues Antonia no hacía
proselitismo religioso, consideraba que las madres tenían una función de
“presencia”. Mariella viajó a Estados Unidos para pasar vacaciones en 1985 y
estando ahí sufrió un infarto que la dejó con medio cuerpo paralizado.
La carta con la noticia de esa desgracia llegó a Yanque justamente cuando yo me encontraba ahí de visita. En seguida me di cuenta que Antonia se había enterado de una tragedia, pues se puso muy triste. No quería conformarse con la idea de que Mariella no regresaría a Yanque, pues decía que ella estaría más contenta en Yanque que en la casa de la congregación en Estados Unidos. Durante un tiempo, Antonia se hizo la ilusión de que Mariella, aunque inválida, volvería para pasar sus últimos años en Yanque, donde la misma Antonia se hacía responsable de atenderla; pero ese proyecto no se concretó.
Entonces Antonia se dedicó a escribirle largas cartas cada semana, y pedía a mí y a otras personas amigas que también le escribiéramos: pues las hermanas que atendían a Mariella le leían las cartas y ella manifestaba su placer de recibir noticias. Antonia nunca dejó de mandar sus cartas semanales, hasta que Mariella falleció en 1999.
En 1985 llegó a Yanque desde la India la madre Sara Kaithathera, HMM,
cuya biografía he publicado, y está resumida en mi libro Pura vida. En julio de
1998 Sara murió en Yanque, donde está enterrada. La madre Joan Toohig,
Maryknoll, acompañó a Antonia desde noviembre de 1998 hasta abril del 2004, y
en ese periodo se ocupó de crear y cuidar una Biblioteca Parroquial dentro del
recinto de la iglesia. Cuando la madre Joan tuvo que viajar a Estados Unidos a
cuidar a su hermana enferma, Antonia se quedó sola, dependiendo totalmente de
las mujeres locales que habían sido entrenadas por ella y por Sara.
Organización de la casa cural
Organización de la casa cural
Antonia había aprendido con el padre Pablo a interesarse por la agricultura en pequeña escala y a experimentar con vegetales que se cree, erróneamente, inapropiados para el
cultivo a los 3,600 metros de altura. En la zona agrícola de Yanque denominada Puriña, uno de los terratenientes, Sergio Rivera (el Panzón), había prestado andenes para experimentos del padre Pablo. Antonia había aprendido de esa experiencia y sembraba papa holandesa, zapallitos italianos y otras verduras en la huerta de la casa cural; así como las lechugas que la gente llamaba “pasto humano” y le compraba en trueque con otros productos.
Antonia criaba conejos, patos y un chancho. Los patos durante el día
estaban en una pequeña poza en el patio del ingreso; en la noche se les
encerraba en un gran cuarto donde estaban las jaulas de los conejos. El chancho
se criaba en un chiquero diminuto, tapado con una hoja de calamina que se
levantaba para arrojarle las sobras de las comidas y el alimento; se
beneficiaba cuando llegaba a un determinado peso y las piezas se ahumaban y se
secaban en el mismo chiquero. Luego se colgaban desde el techo del almacén
pegado al cuarto comedor-cocina y se criaba otro chanchito adquirido también
por trueque.
Todos los animales servían para el consumo de la casa cural donde
frecuentemente eran numerosos los comensales, pues no faltaban las visitas. Antonia
beneficiaba con sus manos a los animales menores, desplumaba los patos y
despellejaba los conejos. A veces compraba una pierna de alpaca, la mandaba
traer de Chivay.
Antonia compraba leche y queso fresco de Elena Rivera (Pampa Elena) y su
marido Cupertino Herrera, que había sido gobernador de Yanque y capataz en la
construcción de las carreteras locales. La señora Elena era famosa por andar
siempre con un gran mandil encima de su pollera, a pesar de ser una de las
mujeres más ricas de Yanque.
Durante los años del Proyecto Majes, Sector Colca, la madre Antonia
tenía buenas relaciones con el personal de MACON alojado principalmente en el
local denominado Achoma Staff, cerca al pueblo de Achoma, al oeste de Yanque.
En particular, la médica escandinava Linda Lindqvist atendía a los pacientes de
Antonia, y Antonia la admiraba porque, siendo ella minusválida, igual se ponía
al suelo para atender los enfermos que suelen dormir en el piso sobre una piel
de carnero. Linda acudía a atender a los enfermos graves y no tenía reparos en
arrodillarse al costado del paciente en el piso.
Antonia también era amiga del ingeniero sudafricano, Peter Ross,
apasionado de escalar los nevados, donde en una ocasión encontró un tumi de oro
que entregó a las autoridades en Arequipa; pero hubo personas en el Colca que
sostenían que Ross se apropiaba de los tesoros de su cultura milenaria. Cuando
MACON, en los años 80, terminó su labor en el valle, que consistió en la
represa de Condoroma, la bocatoma de Tuti y la construcción del Canal Majes,
Ross donó una gran parte de los materiales sobrantes (calaminas, tuberías,
mallas de fierro, etc.) a los alcaldes de los pueblos, y una parte a la casa
cural de Yanque: el gran portón de fierro que cierra el acceso al zaguán de la
casa cural fue construido justamente con esos materiales por Robert Imre, un
empleado de MACON que trabajaba en Huambo.
La vida diaria de la
madre Antonia
Durante la severa sequía que hubo en el Colca durante 1983, Antonia organizó un sistema de distribución de alimentos cocidos para las familias más necesitadas. Ella solía levantarse a las 5 de la mañana para ver la preparación de lo que vino a llamarse “desayuno”, y organizaba la distribución que duraba desde las 6.00 hasta las 8.00 de la mañana. Luego Antonia tomaba su desayuno y atendía a los enfermos que venían a pedir medicinas y, después de un segundo desayuno, salía a trabajar en la huerta.
Cuando había misa en la iglesia, Antonia participaba en los cantos religiosos en quechua. Ella hablaba suficiente quechua para comunicarse con la gente, especialmente las mujeres de edad que no entendían el castellano. Si no venía el párroco de Chivay, Antonia celebraba las ceremonias tradicionales religiosas, cuales la bendición del Puente Cervantes en Carnavales; o las Tómbolas el día lunes después de la Pascua de Resurrección, en que los deudos de las personas fallecidas en el curso del año traen ofrendas a la iglesia que luego se reparten entre la parroquia y los catequistas.
La gente venía a pedir agua bendita del balde de agua que Antonia tenía al lado de la puerta de entrada; durante la década del 80, era frecuente que vinieran personas a pedir papel sellado, del que Antonia tenía siempre una reserva, pues era necesario para cualquier gestión u oficio. Venían especialmente desde los anexos de la puna, algunos pastores de la altura llevaban el pelo largo trenzado.
Otras veces había reuniones en el patio, venía Benítez, Vidal Checa y otros de los notables del pueblo a tratar de algún asunto del interés de todos.
Después de almuerzo, Antonia descansaba un rato en la cama detrás de la cortina en el comedor-cocina. En la tarde se ocupaba de redactar su boletín, hacía cuentas, escribía cartas o recibía visitas… A veces se trataba de pasar a máquina un oficio para el gobernador o el alcalde. Siempre había muchas interrupciones por enfermos, accidentados o pedidos de toda índole. Raras eran las veces que Antonia tomara algún descanso en el porche, contiguo al cuarto de bóveda que en un segundo tiempo fue su dormitorio. El porche miraba al occidente y los arcos estaban cerrados por plástico, internamente había plantas de geranio que crecían muy altas porque ese espacio funcionaba como invernadero. En una época fue dormitorio de la madre Sara, que me lo prestaba cuando yo iba de visita.
Temprano se cerraba la puerta y la única ventana del comedor y se prendían una o dos velas. En un segundo tiempo, Mauricio de Romaña, dueño de una agencia de
turismo en Arequipa y amigo de Antonia, consiguió un equipo solar que proporcionaba suficiente corriente para encender un foco de luz por unas horas.
Después de la cena a las 6 de la tarde, generalmente una sopa y panes, a veces había oraciones y las madres comulgaban con hostias que tenían permiso de guardar en un pequeño hostiario. Otras veces se jugaba naipes, Antonia era la más hábil y generalmente ganaba; o conversábamos mientras desgranábamos maíz, la madre tenía mil historias para contar, de las cuales grabé algunas.
En la noche venía casi siempre uno de los hombres del pueblo. Se quedaba como guardián en la antigua sacristía donde estaban los costales de alimento que enviaba CARITAS* y con los cuales se preparaba el desayuno para la gente del pueblo.
Las visitas y los amigos
Durante los años 1980-1997, las visitas eran frecuentes. A veces eran amigos personales de Antonia o de las otras madres que la acompañaban, otras veces eran investigadores de historia o antropología, o jóvenes mochileros que buscaban alojamiento por algunas noches. En ocasiones de las fiestas patronales podían venir uno o dos padres de Arequipa o un grupo de madres. En una época estuvo alojado en Yanque un cura joven que creó un problema porque agredió a un campesino. Vino la policía de Chivay y hubo necesidad de que la madre Sara, en representación de Antonia, hiciera su declaración en la comisaría de Chivay.
Clemencia Herrera, Mauricio de Romaña, su familia y sus amigos aparecían a menudo. Los turistas que visitaban el valle del Colca, donde prácticamente no había alojamiento de tipo comercial a no ser en Chivay, se enteraban que había camas disponibles en la casa cural de Yanque a cambio de una mano en las labores agrícolas en la huerta. Durante varios meses, la cineasta cubana María Luisa Lobo estuvo filmando una película en Yanque y en los pueblos vecinos, y algunos miembros del equipo visitaban a las madres.
La agencia de turismo de Mauricio de Romaña traía muchos extranjeros al valle del Colca; al pasar por Yanque, preguntaban por la madre Antonia y entraban a la casa cural. Pocas veces he tenido tanta vida social y he conocido tantas personas diferentes como en las semanas que pasé en Yanque. Se recibía a las visitas con un mate de hierbas y la gente rodeaba la mesa del comedor sentada en la tiana o en los banquitos. La madre Antonia tenía una gran paciencia para recibir a las personas.
Entre las personas del lugar que más frecuentaban la casa cural, estaban las siguientes:
En primer lugar, el alcalde Hipólito Rivera que venía con frecuencia a consultar con la madre o a pedirle su ayuda. Hipólito era una persona relativamente instruida y con conocimientos de medicina natural o artesanal. Era considerado huesero y en una oportunidad atendió a Antonia cuando ella se rompió o dislocó la muñeca, creo que la mano izquierda. Después de manipular la articulación y colocarla en su posición normal, Hipólito le aplicó un emplasto de hierbas con otras sustancias (posiblemente arcilla) que al secarse se volvió rígido y equivalente a un enyesado. Cuando eventualmente fue retirado, según Antonia el resultado era excelente; pero sospecho que la posición de la muñeca estaba ligeramente alterada. Desde la perspectiva local de Yanque, Hipólito no era una persona pobre.
Tampoco era lo que se llamaba un misti, un ganadero, un mayorista ni
mucho menos un gamonal; pero su solar ocupaba un espacio grande que incluía
varios cuartos para vivienda, otros para depósitos y un espacio para ganado.
Tenía tierras agrícolas, operaba el molino en Senjapata, activada por las aguas
de la acequia principal de Yanque denominada Hatunyacu (agua grande); y en una
época había tenido la posesión de una estancia en las alturas de la zona
pastoril de Urinsaya*.
Esta estancia la había cedido a la comunidad campesina de Urinsaya
cuando ésta se creó en la época del gobierno del General Juan Velasco Alvarado.
El bienestar económico de Hipólito se debía a varios factores: estaba
casado con Fermina, hermana de Quintín Málaga, uno de los mistis más poderosos
de Yanque; sus fuentes de ingresos dependían no solamente de la agricultura
sino también de la carpintería, de la albañilería y de la artesanía. Había
adquirido los conocimientos en estos campos y también en instalaciones
eléctricas durante los años en que había trabajado en obras civiles en la
ciudad de Arequipa durante su juventud. Decía con orgullo que era él quien
había cortado los grandes troncos de los eucaliptos que en los años 40 y 50
habían adornado la plaza principal del pueblo. Con esa madera había construido
jambas y parantes de puertas y ventanas en muchas casas del pueblo.
En la década de 1980, Hipólito colaboró con la madre Antonia en un
proyecto artesanal para aprovechar la energía solar. Juntos armaron un equipo
en el patio de la casa de Hipólito con la ayuda de los hijos de él; pero nunca
supe si el proyecto resultó exitoso. Los hijos de Hipólito habían estudiado en
Arequipa: Santiago era seminarista, Gil y Tomasa eran profesores de primaria.
Antonia confiaba mucho en Hipólito y lo defendía de los ataques y de las críticas durante los años en que fue alcalde de Yanque. Cuando Hipólito fue acusado de haberse llevado algunas bolsas de alimentos donados a la municipalidad, Antonia lo defendió porque confiaba en su honradez.
Otra persona que frecuentaba la casa cural era Domingo Casaperalta, pero
Domingo era empleado y tenía a su cargo el barbecho, la siembra y la cosecha en
la huerta de la casa cural, un espacio de aproximadamente mil metros cuadrados
donde se sembraba maíz y otros cereales. La casa cural por tradición tenía el
derecho de regar todos los domingos. Se trataba de un privilegio establecido a
favor de la iglesia católica que se continuaba respetando en Yanque y en los
demás pueblos del valle, a pesar de que ya no había sacerdotes residentes en
los pueblos. Las demás tierras agrícolas recibían riego solamente cada 90 días,
según el sistema tradicional de la mita.
Domingo Casaperalta era casado con María, hija de pastores de puna de la
zona Hanansaya*. Domingo era cantor de la iglesia, sabía el castellano y tenía
algunos conocimientos de lectura y escritura por haber hecho el servicio
militar en su juventud y por haber trabajado por temporadas en la costa; pero
María era analfabeta y tenía un genio difícil.
El padre Pablo había tenido buenas relaciones con la directiva de la
mina Madrigal ubicada cerca del pueblo del mismo nombre, al lado norte del
valle. La mina tenía equipos para radiografías y un centro médico. El padre
Pablo consiguió que se hiciera los exámenes médicos de toda la familia
Casaperalta, los que dieron por resultado que todos ellos padecían de
tuberculosis en diferentes grados. La hija mayor, Susana, no pudo salvarse y
murió en 1982 dejando sus dos hijos varones al cuidado de los abuelos, puesto
que su marido Lázaro la había abandonado. Antonia, consciente de que los
abuelos no cumplirían con administrar las pastillas de estreptomicina a los
niños, había establecido el sistema de que éstos vinieran todos los días a la
casa cural a tomar el desayuno junto con la medicina. Gracias a Antonia, los
niños crecieron sanos y pudieron llevar una vida normal. Las hermanas de
Susana, Felicitas y Anastasia, se salvaron de la enfermedad. La mayor se vino a
Lima a trabajar de servicio doméstico y la menor se casó con Felipe, hijo del
pastor protestante.
En los años 80, el gobernador de Yanque y presidente de la Junta de
Fábrica, Gerardo Huaracha, frecuentaba la casa cural pero no tanto en calidad
de amigo sino de colaborador: Antonia tomaba muy en serio el hecho de haber
sido Encargada de la Parroquia y exigía que se hiciera correctamente el
inventario de las llamadas joyas de la iglesia: los adornos de las estatuas y
de los altares que se colocaban toda vez que había una fiesta patronal.
Gerardo Huaracha colaboró con Antonia particularmente en una ocasión: la
lucha que se entabló entre la parroquia y los gamonales que habían sido
arrendatarios de las tierras del templo de Yanque denominadas Canchón Cural, y
que se habían adueñado de esas tierras en 1973, aprovechando la Ley de Reforma
Agraria que los favorecía. Esa historia aparece en mi libro Tiempo de vivir. Es
una ilustración de la personalidad de Antonia quien se consideraba responsable
de conservar los bienes pertenecientes al templo de Yanque.
Entre las mujeres que frecuentemente visitaban a la madre Antonia para
consultarla sobre salud, educación de los hijos y las relaciones de pareja
estaba Isabel, que vivía a pocas cuadras de la casa cural. Isabel era una
excelente tejedora de mantas y tenía una tienda en la esquina de su casa donde
vendía algunos artículos de uso diario. Antonia la consolaba y la animaba,
compadeciéndose del hecho que el esposo de Isabel tuviera otra mujer a la cual
supuestamente entregaba no solamente el fruto de su trabajo sino también las
pequeñas ganancias que lograba su esposa con el negocio de la tienda.
Las madres de la casa cural de Yanque lograron relativa aceptación de las varias categorías sociales pueblerinas tanto de Yanque como de los pueblos aledaños, específicamente por los servicios que proporcionaban: atención médica, acceso a pequeños préstamos, acceso al papel sellado indispensable para hacer cualquier trámite y cuyo expendio existía en Arequipa y era precario en Chivay.
A través de los años, los habitantes de Yanque se habían acostumbrado al
hecho de que la madre Antonia recibiera muchas visitas. En parte, era la
continuación de un sistema establecido por el padre Pablo, que recibía con
frecuencia los expatriados alojados en Achoma Staff, empleados de MACON. Se
trataba de personas de diferentes nacionalidades que aprovechaban los años de
trabajo en una zona para ellos inhóspita, y que lograban información de tipo
antropológico por medio de las conversaciones primero con el padre Pablo y más
tarde con la madre Antonia.
Los sacerdotes y las religiosas extranjeros que viven en los pueblos
sienten la necesidad de tener trato social con personas de su propia cultura y
por eso reciben con gusto a las visitas de turistas y procuran interesarlos en
colaborar con las necesidades de la gente más pobre. Así, a través de los años,
las madres lograron que varios médicos pasaran temporadas cortas en Yanque
proporcionando servicios gratuitos a los más necesitados.
Los desayunos
Los desayunos
Antonia se levantaba antes del amanecer para abrir la reja de ingreso y recibir a las mujeres que preparaban el desayuno.
La empresa MACON había donado unas grandes ollas que se colocaban encima
de piedras cerca a la pared del templo. Con la manguera, se llenaban las ollas
con agua, y se echaba una cantidad de sémola u otra harina, junto con azúcar.
Debajo de las ollas se ponía el combustible: palos, ramas, llareta, quizás
también bosta. En el patio se colocaba una mesa rústica y un banquito donde se
sentaba la madre Antonia con un cuaderno en el cual figuraba la lista de las
personas que podían recibir el desayuno.
Estas formaban una larga cola, llevando ollas, jarras u otros
recipientes para recibir su ración. Según recuerdo, la lista originalmente
consistía de 150 personas, pero me parece recordar que Antonia me dijo que en
épocas de sequía o de carestía podían ser 500 familias las beneficiadas.
En las primeras horas de la mañana, o antes del amanecer, los
hombres salen al campo: principalmente para regar cuando les toca la mita; o
para llegar a las chacras que
quedan más distantes. Pero, como sabemos, el trabajo en la chacra, sea para desyerbar como para cosechar no se puede hacer hasta que el sol haya secado el rocío: no se debe rozar los cultivos cuando están húmedos.
quedan más distantes. Pero, como sabemos, el trabajo en la chacra, sea para desyerbar como para cosechar no se puede hacer hasta que el sol haya secado el rocío: no se debe rozar los cultivos cuando están húmedos.
En la cola para el desayuno normalmente no había hombres, a no ser
algunos pocos muy ancianos. Mayormente eran mujeres y niños. Era obligación de
cada familia llevar en determinadas fechas una cantidad de combustible: Antonia
consideraba que ese aporte era necesario por dos motivos. En primer lugar, para
obtener el combustible indispensable, pero siempre escaso; y en segundo lugar
para establecer un sistema de trueque, de modo que el desayuno no fuera
considerada una limosna.
Los insumos para el desayuno eran donados mayormente por CARITAS, una organización caritativa de la iglesia católica que a su vez la recibía del gobierno americano a través del programa USAID, proveniente de los excedentes de la producción en Estados Unidos, que resulta de los subsidios que el gobierno concede a los agricultores.
Una parte de la harina de trigo que donaba CARITAS era entregada a los panaderos: a las panaderías de Chivay y, durante poco tiempo a una panadera en Yanque. Estos a su vez se comprometían a entregar una cantidad determinada de panes, los que también se distribuían a los beneficiados.
El sistema de desayunos instituido por Antonia representaba una organización bastante trabajosa. En primer lugar requería establecer cuáles eran las familias que debían figurar en la lista; luego organizar la recepción de los costales de harina que llegaban por camión; el almacenaje en la antigua sacristía y la guardianía. Cada noche debía venir un hombre del pueblo a dormir en la sacristía para evitar robos.
El combustible también representaba una gran dificultad. Para poder cumplir con lo requerido, las mujeres depredaban la vegetación pobre de la zona conocida como botaderos: los arbustos que crecen encima del límite de las acequia o en los caminos entre las chacras. Pero como siempre era poco el combustible con relación al tamaño de las ollas, al viento y a la evaporación, los cocidos resultaban semicrudos. Escuché comentarios según los cuales los desayunos repartidos requerían un segundo cocimiento en el hogar del beneficiado, o eran utilizados como alimento para los animales. Confieso que yo nunca los probé, porque temía que el agua no fuera potable y que no hubiera hervido a una temperatura suficientemente alta como para garantizar su esterilidad.
Por lo que yo escuché, en los otros pueblos donde
CARITAS entregaba productos a las escuelas, la distribución se hacía de las
harinas crudas para que cada uno las preparara en su propio hogar. Pero Antonia
se oponía a ese sistema porque temía que el alimento fuera comercializado en
vez de consumido. Su mayor preocupación era que la gente tuviera alimento y
solía decir: “Hay que ponerles algo en el estómago”.
Toda vez que recibía personas o grupos que venían con proyectos
para mejorar la educación escolar, Antonia tomaba esa misma posición: no se le
puede enseñar cosa alguna a los niños si primero no se atiende su alimentación.
Relación con la escuela y los notables
Relación con la escuela y los notables
Antonia no tenía fe en los profesores y en las escuelas en general. Ella no estaba de acuerdo con la idea que los hijos de los campesinos aspiraran a estudios superiores o a carreras universitarias. Ella opinaba que los hijos de campesinos debían aprender a mejorar la producción para poder vivir de la agricultura y del pastoreo, sin necesidad de emigrar a las ciudades donde lo primero que aprenderían sería a despreciar sus raíces como símbolos de pobreza y de atraso.
Tampoco soportaba lo que ella veía como abusos de las elites pueblerinas. En los pueblos apartados donde la presencia del estado es mínima, los vecinos más pudientes ejercen un fuerte control sobre la masa de los campesinos pobres. Ellos se rodean de los llamados ahijados, quienes les tienen que prestar servicios gratuitos a todo nivel, a cambio de unas supuestas ventajas, como serían:
1.- Protección en caso de problemas con la policía.
2.- Recepción de pequeñas cantidades de productos toda vez que ayudaban en la cosecha.
3.- Oportunidades de escolarización de los hijos toda vez que el llamado padrino llevaba uno de los chicos como pongo o sirviente a la ciudad, permitiendo que asistiera a la escuela primaria.
4.- Financiamiento parcial de la fiesta del corte de pelo, del matrimonio o de funerales.
2.- Recepción de pequeñas cantidades de productos toda vez que ayudaban en la cosecha.
3.- Oportunidades de escolarización de los hijos toda vez que el llamado padrino llevaba uno de los chicos como pongo o sirviente a la ciudad, permitiendo que asistiera a la escuela primaria.
4.- Financiamiento parcial de la fiesta del corte de pelo, del matrimonio o de funerales.
5.- Participación en las comilonas y borracheras organizadas por el
padrino en ocasión
de una fiesta patronal o personal.
de una fiesta patronal o personal.
Toda vez que en uno de los pueblos se hace presente un misionero católico o protestante; un representante de una ONG; un individuo o una agrupación dedicada a la investigación por un periodo de tiempo relativamente extenso, inevitablemente sucede que algunos individuos o familias se pongan al servicio del “extranjero” que no necesariamente tiene nacionalidad no peruana. Al recibir algunos beneficios, sueldos o regalos de esas personas advenedizas, automáticamente ese individuo o familia se independiza por lo menos parcialmente del dominio de su respectivo padrino. Por ese motivo, los mistis por principio miran toda persona extraña con cierto recelo.
En el año 1980, el alcalde de Yanque era Tomás Málaga, nacido en Coporaque pero con tierras en Yanque por su madre. Tomás Málaga era analfabeto y, en principio, Antonia se alegró de su elección, porque le pareció que era señal de la democratización en la época de Gobierno Revolucionario Militar. Pero luego Antonia escuchó que Málaga se apropiaba ilegalmente del ganado de los campesinos pobres, y supo de algunos abusos que él cometía. En una ocasión, el párroco de Chivay se enteró de que Málaga le había dado una bofetada a la madre Antonia por difamarlo y el padre le dio un puñete en la cara al alcalde que lo dejó tendido en el suelo.
Posteriormente, el alcalde fue Hipólito Rivera, nacido en 1921, con
quien la madre Antonia mantuvo siempre muy buenas relaciones. Con frecuencia
Hipólito la visitaba en las tardes y juntos comentaban los problemas locales y
sus posibles soluciones.
Criterio sobre la enseñanza y la investigación
Criterio sobre la enseñanza y la investigación
Antonia tenía una visión utópica de la vida rural y de los valores de
los campesinos. Se oponía al sistema de enseñanza estructurado específicamente
para los niños urbanos y consideraba que no era apropiado para los niños
campesinos, pues no ensalza el cultivo de la tierra como una actividad valiosa.
Según Antonia, se podía enseñar a los niños a leer y a escribir pero no había
que alejarlos del trabajo en el campo. Más específicamente, era contraria que
los niños mayores fueran a estudiar a la ciudad, pues la vida urbana era motivo
para que sintieran desprecio a la vida campesina (según ella, más espiritual
que la vida en la ciudad). Sin embargo, más tarde ella ayudó algunos
estudiantes yanqueños que cursaban universidad en Arequipa.
También se oponía a la experiencia laboral moderna de los campesinos: sostenía que, antes que entraran al valle del Colca las empresas capitalistas MACON y Mina Madrigal, las familias campesinas llevaban una vida más armoniosa y más virtuosa. La experiencia laboral empresarial producía el acceso a dinero, utilizado mayormente para la borrachera.
Durante la década de 1980, como consecuencia del Proyecto Majes y las carreteras construidas por la empresa MACON, hubo un influjo de investigadores en el valle del Colca. Antonia no era favorable a la investigación antropológica y sociológica porque sostenía que los investigadores mayormente entrevistaban a los mistis o a los profesores de las escuelas, y no entablaban una relación amigable con los campesinos pobres que formaban la mayoría de la población en el valle. Ella explicaba que, para comprender la vida campesina, había que salir a las chacras con la gente, participar en el trabajo de ellos, compartir sus preocupaciones y sus sufrimientos. En el valle del Colca,
como en muchas otras regiones de los Andes, la agricultura es precaria por efecto de las frecuentes sequías y heladas que destruyen los cultivos, y que alternan con años de lluvia excesiva que crea huaicos y aluviones que destruyen las chacras y las pircas levantadas con tanto esfuerzo.
Antonia siempre estaba a favor del más débil en cualquier desavenencia que podía producirse en el pueblo. Ella incentivaba el espíritu de lucha a favor de los derechos de los más pobres, y se desilusionaba frente a la poca respuesta que encontraba en sus oyentes. Lo que sucede es que los más débiles saben que, si no tienen el apoyo de alguien pudiente, van a llevar siempre la de perder con cualquier altercado; de allí nace el clientelismo que en el valle del Colca toma el nombre de padrinazgo: los ahijados deben servir al padrino; a su vez, el padrino debe proteger a los ahijados.
El Topico
Antonia me contó que, cuando el padre Pablo recién se instaló en la parroquia de Yanque, había una pareja de misioneros protestantes que atendía pacientes en el pueblo. No recuerdo cuáles eran sus especialidades; posiblemente uno de ellos fuera dentista.
Se estableció una relación de amistad y colaboración entre estos
misioneros americanos y el párroco con su equipo pastoral. Con el tiempo, los misioneros
dejaron Yanque y las
hermanas Misioneras Médicas del equipo pastoral atendían a los enfermos
que acudían a la parroquia.
Al lado de la Municipalidad existía una Posta Médica, pero ésta frecuentemente
estaba cerrada porque la enfermera se ausentaba. Por temporadas, venía un
médico Secigrista*, pero la falta de insumos, de equipos y de medicinas era
motivo de que la atención fuera deficiente y, por lo general se mandaba a los
pacientes a Chivay donde existía el hospital que también tenía deficiencias. En
casos graves, se enviaba a los pacientes a Arequipa, lo que significaba un
viaje largo y costoso, frecuentemente más allá de las posibilidades de los
campesinos más pobres.
En la parroquia había un botiquín con remedios básicos: sulfamidas,
antibióticos (recuerdo específicamente ampicilina), desinfectantes y medicinas
para heridas y quemaduras, agujas e hilos para coser cortes; analgésicos,
jarabes, anti diarreicos, etc.
Antonia no había llevado estudios de medicina ni de enfermería, pero por
la experiencia había aprendido a atender todo tipo de problemas de salud.
Recuerdo que en una ocasión en que se había ausentado la madre Rosemary, vino
la maestra de la escuela trayendo de la mano a una niña cuyo dedo medio había
sido cortado por la pesada reja de fierro que se había cerrado en su mano. La
última falange del dedo colgaba de un hilo de la piel. La niña estaba en shock
y no lloraba.
Antonia la hizo recostar en la tiana del comedor; me ordenó que sujetara
la mano de la niña mientras ella cosía el dedo en su lugar. Yo en un primer
momento me negué rotundamente, pero Antonia me miró y me dijo: “Tienes que
hacerlo, no hay nadie más”.
Le obedecí: sujetaba la mano de la niña pero miraba su cara y le
hablaba, tratando de infundirle seguridad y confianza. Antonia cosió
perfectamente el dedo, lo vendó, dio una pastilla a la niña y la tuvo en reposo
hasta que vino su madre a recogerla.
A los pocos días se pudo observar que la operación había sido
perfectamente exitosa y eventualmente la niña recuperó el uso de su mano en
forma normal. Antonia decía que, como los campesinos tomaban pocos remedios,
los antibióticos tenían en ellos un efecto mayor que en las poblaciones
urbanas.
En otra oportunidad en la cual yo me encontraba hospedada en la casa
cural de Yanque, cuando me levanté en la mañana para tomar desayuno en la
cocina que tenía también función de comedor y sala, encontré que la mesa estaba
con papeles, sangre, pelos y elementos quirúrgicos. Antonia estaba en el patio
atendiendo a las personas que venían a recibir su ración del desayuno. Salí a
consultarle y ella me pidió que recogiera todo y que limpiara la mesa, pues
ella no había tenido tiempo de hacerlo. Más tarde, ella me explicó que a la
medianoche habían venido a despertarla porque en una pelea de borrachos un
campesino había sido agredido y le habían arrancado el cuero cabelludo. Antonia
había demorado más de una hora para coser el cuero cabelludo en su lugar,
operación que se pudo realizar sin mayores dificultades ya que el borracho estaba semi inconsciente. Pero cuando concluyó el trabajo, Antonia estaba tan agotada que no pudo limpiar la mesa y volvió a su cama hasta la hora que tuvo que salir a atender el desayuno. Esta operación también fue perfectamente exitosa y el paciente se recuperó sin mayores problemas.
operación que se pudo realizar sin mayores dificultades ya que el borracho estaba semi inconsciente. Pero cuando concluyó el trabajo, Antonia estaba tan agotada que no pudo limpiar la mesa y volvió a su cama hasta la hora que tuvo que salir a atender el desayuno. Esta operación también fue perfectamente exitosa y el paciente se recuperó sin mayores problemas.
Durante los últimos años que yo viví en Estados Unidos (1977-1983), Antonia me encargaba que le comprara agujas e hilos quirúrgicos para las suturas que realizaba con cierta frecuencia y siempre exitosamente. Por intermedio de los amigos médicos peruanos en St. Louis, yo le conseguía una variedad de ésos y otros elementos que ella necesitaba. Un médico amigo de Antonia en Alemania le enviaba los antibióticos y las sulfamidas para los enfermos.
Después que llegó a Yanque la madre Sara Kaithathera en 1985, Antonia le
confió la mayoría del trabajo del tópico. Más tarde, durante el gobierno de
Alberto Fujimori, las postas médicas en los pueblos fueron mejor atendidas y
los pacientes recurrieron cada vez menos a la parroquia para atender las
enfermedades y los accidentes.
No sé cuáles serán las estadísticas oficiales al respecto de la
tuberculosis en la sierra; pero recuerdo que en la época en que estuvo la madre
Magda, HMM, acompañando a Antonia, las dos estaban de acuerdo de que
aproximadamente el 50% de la población pueblerina estaba afectada en mayor o en
menor grado. Según Antonia, cuando la madre era sana, los bebés también lo eran
mientras durara la lactancia, generalmente dos años; pero cuando llegaba la
edad escolar los niños tenían una nutrición deficiente y fácilmente se
contagiaban de los compañeros tuberculosos.
La alimentación en los pueblos durante los años que yo pude observarla
de más cerca era deficiente en cantidad y en calidad: la mayoría de los niños
estaba siempre con hambre.
La espiritualidad de Antonia
La espiritualidad de Antonia
Desde su juventud, Antonia tenía fama de tener un espíritu
independiente. Su experiencia de pobreza durante los años de la gran depresión
económica de Estados Unidos y el trabajo en el comercio que, según ella,
explotaba a los pobres, fueron motivo para que ingresara a la congregación de
las madres Maryknoll, pues pensó que sería un camino para poder servir a los
más necesitados.
A diferencia de muchos religiosos que trabajan con la gente menos
privilegiada, tanto en las ciudades como en el campo del Perú, Antonia no tenía
mayores dificultades en relacionarse con los misioneros protestantes. Ella
había sido amiga de los misioneros que estaban en Yanque cuando el padre Pablo
y su equipo se establecieron allí. Cuando los dos hermanos misioneros dejaron
Yanque en los años ´70, habían entrenado un grupo local en la doctrina que
ellos enseñaban. Uno de ellos era el pastor, y su hijo Felipe se casó con
Anastasia, la hija de Domingo Casaperalta.
El único comentario crítico pero benévolo que escuché de Antonia al
respecto de este señor pastor, era que, si bien no festejaba las fiestas
patronales que solían terminar en borracheras, sí festejaba las fiestas patrias
y otras fiestas del calendario civil, las que también terminaban en borrachera. Recuerdo que en una oportunidad
acompañé a Antonia que había sido invitada donde el pastor en ocasión del
matrimonio de una de sus hijas. Al llegar a la casa, encontramos que
efectivamente había un gran consumo de chicha de jora y de alcohol de caña, y
la madre de la novia estaba tirada en el piso, incapaz de levantarse para
saludarnos. La rodeaban otras señoras en grados diferentes de mareo alcohólico.
Antonia también objetaba los partidos de fútbol, lo que me sorprendió
porque yo siempre consideré que es bueno fomentar el amor a los deportes en la
juventud, y que es preferible que los muchachos estén pateando una pelota que
tomando cerveza. Pero Antonia decía que los partidos de fútbol eran pretextos
para pleitos, peleas, rivalidades y venganzas; que frecuentemente salían
algunos muchachos golpeados o heridos; y que los supuestos ganadores del partido terminaban en grandes borracheras.
En Canocota, un pueblo muy pobre que pertenece al distrito de Chivay y
que está en la carretera hacía Tuti, había una joven extranjera, creo que era
belga, Liliane, que era misionera protestante. Ella se movilizaba en
motocicleta y venía con cierta frecuencia de visita a la casa cural de Yanque,
donde Antonia siempre la recibía muy bien. En un cierto momento alquiló un
cuarto en Yanque, pero no recuerdo si hacía
proselitismo allí.
proselitismo allí.
Antonia era muy consciente de que la religiosidad andina muy poco tenía que ver con las enseñanzas de Cristo. Atribuía esa situación a la falta de caridad de muchos curas, primero españoles, luego arequipeños, que en el pasado habían cobrado excesivamente para administrar los sacramentos y celebrar las misas; habían fomentado las fiestas patronales que proporcionaban dinero a las parroquias; y no habían enseñado la verdadera espiritualidad del mensaje cristiano.
Durante los primeros años que la conocí, Antonia frecuentemente
trabajaba en la chacra que se encontraba dentro del recinto de la parroquia; en
modo particular le gustaba el invernadero. En una oportunidad Antonia me dijo
que ella sentía más la presencia de Dios en el campo, al aire libre, que adentro
de una iglesia o un espacio dedicado al culto. Ciertamente ella tenía una gran
fe en Dios y en las enseñanzas de Cristo.
Antonia vivía contenta en Yanque, no sentía falta de las comodidades de la ciudad. En Yanque ella era más independiente de lo que hubiera sido viviendo en comunidad y, cuando viajaba a Arequipa, lo hacía por obligación más que por su propia voluntad. Las pocas veces que vino a Lima fue por la insistencia de sus amigos, para consultar con oftalmólogos, pues estaba perdiendo la vista.
Antonia tomaba muy a pecho sus obligaciones referentes al cuidado de la iglesia y de sus pertenencias. Colaboró conmigo y con todos los que querían estudiar los documentos antiguos que se conservaban en la parroquia, reunidos en el Archivo Parroquial de Yanque, hoy guardado en el Archivo Arzobispal de Arequipa. También conservaba cuidadosamente los libros, separatas y tesis que le donaban sus autores.
El templo de Yanque fue declarado monumento nacional en 1980, pero no tenía subsidio para la conservación del inmueble maltratado por el tiempo y por años de descuido. Cuando la amiga de Antonia, Isabel Chirinos Soto fue directora del Instituto Nacional de Cultura (INC) en Arequipa, se programó un estudio de arquitectos e ingenieros para lasreparaciones necesarias a la estructura del templo, las que serían financiadas por una organización religiosa en Alemania. Lamentablemente esto no se concretó. Una institución del gobierno español, a finales de la primera década del siglo actual se hizo cargo de las reparaciones (todavía no completadas en noviembre 2011).
Los perros
Cuando conocí a la madre Antonia ella tenía un perro grande que era muy manso. Recuerdo que en las tardes nos sentábamos en el porche que miraba al sol poniente con ese gran perro peludo que compartía la vida de Antonia y Rosemary.
Para Antonia siempre fue muy importante la presencia de uno o dos perros
grandes, que tuvieran la función de guardianes. Ellos dormían adentro de la
casa y Antonia los soltaba muy poco, para que no mordieran las personas que
llegaban de visita y para que los vecinos no los envenenaran. Ella dormía en
una tarima con un colchón delgado y una colcha en el cuarto principal hasta
que, muchos años después, se mudó al cuarto con paredes de sillar, que tenía
una pequeña claraboya y una gran estufa en la que excepcionalmente se prendía
una fogata. La puerta que daba acceso a este cuarto era muy baja y obligaba a
la persona que quisiera pasar por ella a agacharse. Más bien, la puerta que
daba al porche asoleado era amplia.
A través de los años, conocí a varios perros. Ninguno duraba muchos años
porque, decía Antonia, los vecinos les daban veneno. Según Antonia, eran los
mistis que se oponían a las labores sociales que Antonia instituía para
favorecer a los más pobres.
Higiene personal
Higiene personal
Bañarse no era fácil en Yanque. La casa cural no tenía agua corriente ni
servicios higiénicos. Se solía calentar agua en lavatorios de plástico colocados
sobre la tiana en el patio, en el sol del medio día, y llevar el agua al
cuarto para abluciones parciales. En la noche, una o dos veces por semana
Antonia vertía agua caliente de la tetera en un lavatorio y se sentaba en la tiana a remojar sus
pies, endurecidos y negreados por el uso de las ojotas (sandalias hechas de
llantas viejas) y por el polvo y el barro. Después de remojar los pies los lavaba y secaba y volvía a
calzar las mismas ojotas.
Antonia llevaba el pelo corto para evitar el trabajo
de cepillar y peinar la cabellera. Lavarse la cabeza era fácil para ella,
siempre en un lavatorio al medio día en el patio.
Problemas de salud y fallecimiento de la madre Antonia
Cuando conocí a Antonia en 1980, ella tenía mucha energía y hacía mucho trabajo físico: trabajaba en la chacra, alimentaba los conejos y los patos transportando el alimento mediante una carretilla. Criaba un chancho, beneficiaba los animales, cocinaba, horneaba tortas en un horno confeccionado mediante una lata de kerosene colocada encima de una hornilla Primus. Lavaba su ropa en las bateas que ponía a calentar en el sol, tendía la ropa, luego la recogía seca. Su dieta era relativamente limitada, mayormente tubérculos, maíz, panes, algunas verduras de la huerta. Quizás por eso, las madres acostumbraban tomar suplementos vitamínicos y minerales.
Antonia se oponía al café, y yo tenía que llevar mi pomo de Nescafé para
tomar en el desayuno y alguna vez, durante el día. Pero ella tomaba Coca-cola
varias veces al día, probablemente porque necesitaba el azúcar para
contrarrestar los efectos de la altura.
Antonia dirigió personalmente la construcción del arco del zaguán que da
al patio/huerta. Salía para visitar a los enfermos y llevarles los sacramentos.
Dirigía el coro que cantaba en la iglesia. Pasaba muchas horas redactando un
boletín mensual con consejos de salud, recetas culinarias y frases del
Evangelio, e imprimiéndolo con un viejo mimeógrafo para luego distribuirlo en
los pueblos del Colca; viajaba ocasionalmente a Chivay o a Arequipa en el
colectivo manejado por el chofer conocido como “chileno” (no por ser de Chile,
sino porque había trabajado en el valle arequipeño del río Chili).
Antonia tenía mucha resistencia para el frío, durante el día andaba de
mangas cortas y calzaba ojotas de jebe sin medias. Su indumentaria consistía en
pantalón y camisa, mayormente la ropa que usaba eran artículos de segunda mano
donados por instituciones de beneficencia. En invierno se ponía una camisa de
franela a cuadros y con el tiempo adoptó el uso de una casaca acolchada en la
madrugada y en la noche.
A través de los años me di cuenta que Antonia sufría de osteoporosis,
motivo por el cual empezó a encorvarse y con facilidad sufría de fracturas a
los huesos. Antonia sufríatambién de la digestión, no toleraba el ajo y la
cebolla; pero siempre que podía, consumía embutidos de carne de cerdo, que era
su comida favorita. En la década 1990, Antonia empezó a tener problemas en las
vías respiratorias: con frecuencia sufría de bronquitis, algunas veces tuvo
pulmonía. Fue hospitalizada varias veces en Arequipa por afecciones pulmonares
y se le recetó oxígeno.
A mediados de la primera década del 2000, tuvo que aceptar el hecho de no poder regresar a Yanque y estableció residencia en una casa de las madres Maryknoll en Arequipa, cerca de la Universidad Católica. Para esa fecha, había perdido casi completamente la vista: varias visitas a oftalmólogos en Lima resultaron infructuosas. La rotura de su brazo derecho, que no se pudo operar por la fragilidad de sus huesos, la dejó inválida. La osteoporosis se había agravado de tal manera que ella estaba completamente doblada, y de consecuencia su digestión había empeorado por la presión que ejercían las costillas sobre los órganos vitales.
Una de las madres Maryknoll, Aurelia Atencio, que acompañó a Antonia en
el hospital durante su última enfermedad en julio 2010, relató que la falta de
aire y los dolores le causaban intensas angustias y que por momentos ella
manifestaba una sensación de desesperanza. Pero más tarde Antonia se
tranquilizó y murió apaciblemente, el 8 de julio, rodeada de dos padres amigos
de ella y varias madres de su congregación.
Antonia fue velada primero en Arequipa y después en Yanque, donde se
realizó una gran ceremonia para su entierro. Descansa a lado de la madre Sara
Kaithathera en el cementerio de Yanque.
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