CHE GUEVARA:
LOS ERRORES DE UN JOVEN EMPRENDEDOR
Publicado por Fernando Montero
(Extracto del capítulo ‘Las cucarachas del Ché Guevara’, del libro KAMASUTRA
EN LA EMPRESA)
Muy poca gente sabe es que el joven Ernesto Guevara, quien años más
tarde se convirtió en el famoso guerrillero revolucionario Che Guevara, tuvo
una etapa de joven emprendedor. Fue en sus años mozos. En aquella época, intentó
poner en marcha varios negocios. Todos le salieron mal. Es chocante ver cómo
una persona que pasó a la historia por ser un fervoroso defensor del comunismo
y declarado enemigo de la empresa privada estuvo a punto, de haberle salido
bien sus proyectos, de convertirse en un acomodado burgués capitalista.
¿Hubiera cambiado su visión del mundo de haber triunfado en el mercado sus
iniciativas empresariales? ¡Quién sabe! ¡Hasta podía haber pasado a la historia
por el famoso y próspero hombre de negocio Ernesto Guevara! Pero esto nunca lo
sabremos. Y todo… ¡por no haber hecho bien el plan de negocio!
Lo cierto es que, tal como relata Jon Lee Anderson en su
extraordinario libro ‘Che Guevara. Una vida revolucionaria’, el
joven Ernesto inició una serie de negocios junto a su viejo amigo Carlitos
Figueroa, estudiante de Derecho en Buenos Aires. Su primera empresa obedeció a
una ocurrencia de Ernesto. Decidió que el insecticida de langostas Gamexane sería
también efectivo para eliminar las cucarachas domésticas. Después de ensayarlo
en el vecindario con buen resultado, decidió iniciar la producción industrial.
Y así empezó a envasar el producto mezclado con talco en cajas de cartón. Lo
hacían, como ocurre en los inicios de tantos y tantos emprendedores, en el
garaje de su casa.
Como marca registrada se le ocurrió Al Capone, pero le dijeron que para
esto necesitaba autorización de la familia Capone. Así que nada. Después se le
ocurrió Atila, para dar la idea de que igual que al rey de los hunos el
insecticida “arrasa con todo lo que se le cruza en el camino”. Tenía buen ojo
para el marketing este hombre. Pero tampoco pudo ser porque ya existía un
producto para esa marca. Finalmente adoptó la marca Vendaval, como el fuerte
viento de sur, y la patentó, como todo buen burgués capitalista, para que nadie
se la robará. ¡La propiedad privada es la propiedad privada! Su padre, Guevara
Lynch (otro burgués ejemplar), estaba entusiasmado con los progresos de su
hijo, así que quiso presentarle a algunos posibles inversores, pero a Ernesto
no le pareció una buena idea: “¿Viejo, te crees que me voy a dejar tragar por
alguno de tus amigos?”.
No quiso el apoyo de inversores externos, pero sí el de la familia.
Todavía hoy ésta sigue siendo una de las principales fuentes de financiación y
apoyo para los emprendedores. La familia soportó la producción de Vendaval
mientras pudo, pero despedía un hedor horrible, pestilente y persistente. “Nos
sabía a Gamexane todo lo que comíamos, pero Ernesto, imperturbable, seguía con
su trabajo”, dijo su padre. Sin embargo, el fin no tardó en llegar: los
ayudantes primero y el propio Ernesto después empezaron a sentirse mal, y
tuvieron que cerrar el chiringuito.
La siguiente aventura del Che Guevara como empresario fue producto de la
imaginación de su amigo Carlos Figueroa. Debían comprar un lote de zapatos en
una subasta mayorista para luego venderlos puerta a puerta a un precio más
alto. ¡Tan jovencitos y qué bien que entendían las claves de la especulación
capitalista! Parecía una buena idea, pero después de obtener el lote en la
subasta (que era a ciegas), descubrieron que habían comprado una gran cantidad
de saldos, muchos de ellos sin pareja. Al ordenarlos lograron formar una
cantidad suficiente de pares. Después de venderlos, salieron a ofrecer pares de
zapatos que se parecían entre sí. Este negocio, como no podía
ser de otra manera, tampoco duró mucho.
En fin, que tras estos dos fracasos al Che Guevara no le quedaron ganas
de ser empresario y siguió primero con su carrera de Medicina y, más tarde,
asociándose con Fidel Castro a quien ayudó a hacer la revolución en Cuba.
¿La moraleja de toda esta historia? Pues que la vida es muy larga y da
muchas vueltas. En la mayoría de los casos, el destino laboral de cualquier
persona depende única, sola y exclusivamente de nosotros mismos, y de ninguna
otra circunstancia. De nuestro esfuerzo, de nuestro talento, de nuestra
decisión de elegir una profesión u otra, de saber decantarnos entre una oferta
de trabajo u otra, de tener el valor de dejarlo todo para montar ese negocio
que tanto nos ilusiona o bien conformarnos con seguir, año tras año, como
asalariado de una empresa u organismo. Que tampoco está mal y es perfectamente
legítimo. Perfectamente digno.
Pero una cosa sí que nos atrevemos a recomendarte. Si tienes una ilusión
(una idea de negocio, una actividad profesional…), tienes la obligación moral
(hacia ti mismo) de intentar realizarla. Esta es la postura de LAS CUCARACHAS DEL
CHE GUEVARA. El Che lo intentó. Se confirmó que no se le daba nada bien eso de
poner en marcha ideas propias. Le salió mal, bueno, pero lo intentó dos
veces. Y no continuó porque, tras la experiencia, tal vez llegó a la conclusión
de que no servía para esas actividades. Pero lo intentó y en ese sentido se
quedó tranquilo. Quien no tenga el valor de intentar llevar a cabo sus
ilusiones, siempre le va a quedar un regusto amargo, una extraña sensación de
fracaso que no va a ser nada bueno para él o para ella. ¡Pues ya sabes lo que
tienes que hacer!
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